Pasa el verano, como pasa todo. Cambiando y cambiándonos incesantemente.
Volvemos excusándonos con el curso escolar, porque ya no hay más excusas, o quizás si las podría haber, pero aquí estamos y con ganas.
Ha pasado el verano y para casi todos las vacaciones y como siempre han pasado muchas más cosas (excepto en política que parece que no pasa nada).
He tenido el privilegio de ver de cerca gente que vive como hace siglos, y me cuesta discernir si van mejor o peor que nosotros, la verdad. Pasar la noche en el desierto con una persona que dice que solo quiere saber de estrellas, arena y viento, da que pensar. Se le veía feliz, sereno, paciente. Sus tres invitados éramos claramente unos inútiles en esa situación y nos respetaba y explicaba sin ningún tipo de condescendencia. No sabía que es el Barça. Eso es una pregunta clave que me impidió dudar de su autenticidad.
Está claro que la mente solo sirve si la tenemos abierta.
Abierta para aprender, para comprender, para viajar y para poder aceptar a los demás.
Ha sido un verano intenso en muchos aspectos, igual que para mucha gente. Nos ha dejado de manera claramente prematura el marido de una amiga, después de una enfermedad tan rápida como devastadora. Casi el mismo día también el jefe de una amiga de manera fulminante, dejando la empresa patas arriba. Y en este momento aún tengo dos amigas en la UVI luchando por quedarse entre nosotros. Nunca nadie nos ha dicho que la vida sea justa.
También hemos tenido nacimientos cercanos, muchas alegrías y momentos placenteros y gratificantes.
Cada una de estas situaciones nunca nos deja igual. Todo se transforma y nos trasforma.
Estamos hechos de los fragmentos de vida que van formando nuestra realidad cotidiana, y aquí estamos: plantando cara a la vida.
Disfrutando tanto como se pueda todas las oportunidades que tengamos y llorando siempre que tengamos ganas. Apoyando siempre. Dando al máximo.
Y no te olvides: nadie puede vivir por ti.
Os dejo con un tema de Jorge Drexler. “Todo se trasforma”
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