¿Cuantas veces has oído durante este año “que ganas de que se acabe el dichoso 2020”?
Aunque es casi seguro que va a durar lo normal (366 días ya que ha sido bisiesto y científicamente siniestro) este año se está haciendo largo. Largo, pesado y muy cuesta arriba para muchos.
Año en el que desgraciadamente puedo contabilizar muchas bajas cercanas, muchas. A veces alguien me comenta que no conoce a nadie que haya estado realmente enfermo por el famoso virus. Tienen mucha suerte de vivir en un universo paralelo.
No voy a sacar cuentas, pero son un número muy considerable los padres de amigos que han marchado este año sin poder despedirlos de la forma que estamos habituados, y muchos más de conocidos o pacientes… algunos de mi edad.
Van a ser unas navidades atípicas (nos lo recuerdan constantemente) pero en alguna casa van a pasar de ser 25 a ser 3, con una baja entre los empadronados en la misma.
Mucho dolor y mucha impotencia, mucha.
Pero resulta que aunque no entendamos nada, hemos de seguir. ¡Nos ha tocado pandemia!
Tampoco ha de ser fácil vivir una guerra o según que catástrofes naturales a las que aquí ni nos asomamos.
Pero es que nosotros no estamos acostumbrados. No, no estamos acostumbrados y nos da la ansiedad si no podemos ir de vacaciones. O si no podemos hacer “vida normal”. Si vida normal la definimos como ir de compras, de viaje, al gimnasio, a cenar, a la ópera, al escape room, etc, etc, la verdad es que teníamos una vida normal de puta madre (con perdón) y no nos habíamos dado cuenta.
Durante la primera parte de la pandemia que nos pilló tan por sorpresa y tan motivados, resistiendo cómodamente la mayoría desde los balcones, parecía que sería un cambio transcendental en nuestra existencia. Que retomaríamos valores olvidados. Que la solidaridad prevalecería…
Pasados los meses he de dar la razón al que decía que eso no pasaría nunca. Siguen siendo solidarios los que ya lo eran y el resto solo batallando para volver a su “vida normal”. Fuera la que fuese.
Parece que estoy al borde del precipicio, ¿verdad? Pues no.
Soy de los que ha decidido aprender la lección de humildad y de vulnerabilidad. No me han educado para agradecer lo mucho que tengo, pero lo estoy entrenando…
Muchas cosas hay que hacerlas de otra manera, y lo estoy intentando con insólita determinación.
A veces me voy abajo, pero encuentro una mano que me vuelve a estirar hacia arriba (la que hay al final de mi brazo casi siempre y alguna otra de vez en cuando).
Han nacido muchísimos niños durante la pandemia, mucha gente ha superado enfermedades tremendas durante los últimos meses, nuestros jóvenes quieren su futuro y tienen muchas ganas de seguir aquí. De vivir la vida y la vida es mucho.
De seguir aquí con los que vamos a continuar avanzando, cooperando y poniendo tanta luz como sea necesario.
Hay mucha gente con ilusiones y proyectos.
Vamos a seguir poniendo luz, en el mundo y en el árbol de Navidad aunque lo dejaríamos en el sótano para siempre (pero no se lo diremos a nadie). Porque la queremos y nos la merecemos.
Así que si nunca te ha gustado la Navidad, es tu año, te la puedes saltar. No es preciso salir a comprar un árbol si no lo has puesto nunca…
En caso de no ser así, parece aconsejable disimular contigo mismo cuando te dices: ojalá fuera 7 de enero, montar el pesebre (o lo que sea que pongas en tu hogar) y seguir viviendo lo mejor que puedas con lo que hay, con quien esté en este momento, aquí y ahora.
Viviendo lo mejor que puedas y eso sí, si puedes hacer que alguien en tu entorno se sienta mejor, sería espectacularmente generoso.
Necesitamos más que nunca “la magia de la Navidad”, que afortunadamente solo la puedes encontrar en tu interior (y no en Amazon).
Así que: respirando hondo, organizando sobre la marcha, mucha, mucha cintura y este 2020 podemos hacer una carta bien larga a los Reyes Magos del Oriente del 2021 con regalos ligeros: salud, serenidad y alegría por ejemplo.
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