La semana pasada fue Sant Jordi, la mejor fiesta de Cataluña sin duda.
Escuchando las estadísticas de los libros más vendidos lo he visto todo claro.
Como buena ansiosa que soy, me di cuenta de que no compro libros el día de Sant Jordi. Los compro el día antes, los que he de regalar, y los míos los voy comprando y leyendo durante todo el año.
Esta vez fue diferente. El encargo de 4 libros para regalar antes de salir de casa hizo cambiar el rumbo de mi mañana y en un alarde de inconsciencia me enfoqué sin pensar demasiado hacia la Rambla Catalunya.
Eran las 10 de la mañana, cosa que en otros tiempos era garantía de poder pasear con tranquilidad entre las paradas. A los pocos metros vi que no sería fácil.
Cada vez que con gran dificultad podía pasar a primera línea de alguna parada, los libros que se podían ver eran los mismos en todas. En todas!!!!!
Es decir que si tu querías un libro en concreto que no era de los destinados a ser superventas, tenias que adentrarte en la librería.
Bien, con lo bonito que es pasear viendo las rosas….
Entro en la primera librería que es un sitio estupendo en pleno ensanche. El primer impacto al entrar era similar a los de las procesiones cuando los devotos quieren tocar el manto de la virgen. Incapaz de fijar la vista en un sector, salí directamente a la terraza, pedí un mini de queso y un café mientras cogía fuerza para replantear la estrategia.
Ufff, lo he de conseguir… Le pregunto a una dependienta de la casa que se me apareció cual espejismo y muy amablemente miró el estante correspondiente y el ordenador y recomendó buscarlo en una sucursal de la misma librería en otro barrio. Ommm. No pedí nada más ya que no me libraría de ir a otro insigne local.
Cargada de valor, digna discípula de Sant Jordi vuelvo a descender ya entre ríos de gente, cochecitos de niños, sillas de ruedas, etc, etc… hasta la siguiente gran libreria “que no podía fallar”. Al entrar no parecía el Rocio, no. Me devolvía a la única vez que con la inconsciencia de la juventud me dejé llevar a la patúm de Berga. “Salt de plens”.
Faltaba el fuego, pero los empujones estaban a la altura.
Pasada la zona peligrosa encontré una cola de unas 30 personas para acceder al punto de información, que era vital, si no querías los libros de la puerta a los cuales ya te incitaban desde la calle, muchas paradas atrás.
Me anime a mi misma a tener la calma que suelo aconsejar y esperé. Al llegar mi turno, la chica que estaba al mando de la info , seguramente contratada para ese día y sin manual de instrucciones, armada con un ordenador, fue muy amable, pero no atinó a escribir ni un nombre, ni Paul Auster, ni Camillieri…. un drama…
En fin, después de dificultades en los sectores correspondientes, solo faltaba pagar.
No haré ningún comentario sobre esto para no poner más en entredicho mi ya mermada paciencia.
Conseguí salir viva, y con la firme determinación de no repetir nunca más esta imprudencia.
El día de Sant Jordi es para pasear, hacer fotos y si se puede ir a visitar a los amigos escritores, que como no son estrellas mediáticas, no les han de poner barreras de protección como a Belén Esteban, que parece ser que firmó 4 horas por la mañana en un centro comercial y 4 horas por la tarde en otro. Las colas eran absolutamente increíbles antes de que llegase la gran escritora, el público enardecido con sus maquinas de fotos y deseosos de un autógrafo de su ídolo, aunque esas imágenes no las enseñó TV3…
En fin, si eres de los que ha comprado el libro de la analfabeta que quería salvar al país (no me refiero a Belén) y no sabes por que, no te preocupes, seguramente no tenías otra opción y a lo mejor incluso es entretenido a parte de ser el número 1 en ventas. Afortunadamente Almudena Grandes también estaba en los de primera fila.

 

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