Después del debate mental y con los elementos de si nos escapamos dos días o no, decidimos hacerlo.
Nos es fácil para las malasmadres dejarlo todo controlado.
Dos buenas abuelas parcialmente controladas: una que apegándose al mando-control decide quedarse sola tres días desafiando a la ley de la gravedad (se cae de vez en cuando) y sin querer tratos con la cruz roja ni sus medallones de teleasistencia, total… ¿para qué?. La otra peleándose con todas las cuidadoras de la residencia y pidiendo que se las cambien día si, dia también. Dos buenashijas aparentemente colocadas, la mayor trabajando, no hay que sufrir, y la pequeña en casa de una amiga en una localidad a media hora de BCN contenta como es su talante habitual.
Los malospadres en un alarde de optimismo se buscan dos noches de balneario en una zona más o menos cercana (una hora y media en coche).
El viernes por la mañana depositan, alegremente a la buena hija pequeña en casa de los amigos, con los obsequios de rigor como justo truque, cosa insignificante ante la perspectiva de una escapada romántica sin madres ni hijas. Espíritu santo opcional.
Adentrados por carreteras desconocidas y con la incomparable ayuda del GPS, que recalcula la rura incesantemente, ya que no acaban de saber contar en cada rotonda cual es la tercera o cuarta salida. Con la alegría de la fuga, no importa los kilómetro de más. Visita a un monasterio y comida tranquila.
Llegada al tranquilo balneario con un incomparable paisaje y un tiempo espléndido.
Ya que se supone que han de desconectar por decisión mundial, llegan al lugar preciso, pero no estaba previsto no tener cobertura en ningún lugar del recinto ni facilidad alguna para conectar con el wifi de la casa. Momento de angustia ya que con la omnipresencia que proporcionan nuestros apéndices celulares, ni las buenashijas ni las buenas madres saben donde estan, esperando las llamadas de rigor o los watsap.
Bueno no será tan grave, total nunca pasa nada, se dicen los malospadres para animarse.
La malamadre, inasequible al desaliento, encuentra en el jardín un metro cuadrado de territorio en el cual se puede acceder con dificultad al wifi del hotel. En este momento de clímax consigue enviar un watsap a la buena hija mayor, que se queda tan fresca y otro a la casa donde tienen alojada a la buenahija pequeña.
A las buenasabuelas, se les hace una llamada por teléfono fijo y se les pide que anoten el teléfono del hotel, como cuando eran jóvenes. Todo en orden.
Los malospadres que van cansados a las 9 están cenando, y a las 10.30 en un acto compulsivo la malamadre se acerca a la baldosa con wifi, para corroborar que no hay nada. Su sorpresa es grande al ver un watsap de la casa donde está la buenahija, diciendo que si ves el mensaje, llama por favor.
Los malospadres suben a la habitación diciendo, nada, nada… será una tontería.
Solo alcanzar el auricular del teléfono fijo, oímos a la preadolescente buenahija llorando con un desconsuelo muy fuera de su registro habitual. Estupor. Ni a los 7 años que marchaba sola de colonias nunca había solicitado un rescate. Como lloraba la buena hija a todo pulmón y suspiros entrecortados pidiendo ir a casa: “no se lo que me pasa, pero necesito ir a casa y ver que la abuela está bien”.
No puede ser que nos esté diciendo esto. Pide que quién sea, amigos, familia, un taxi… menos un helicóptero lo pide todo para ir a casa. Incapaz de reaccionar la malamadre pide 5 minutos para pensar y ver posibilidades de negociar. El debate mental entre la culpabilidad de abandonarla en semejante estado y el de ir a salvarla, es duro.
El malpadre, antes de renunciar a la amplia habitación con vistas, sugiere negociar para que pase la noche y rescatarla por la mañana, traerla al susodicho balneario, al cual han podido comprobar que permiten la presencia de niños, que ya que meten ruido, al menos que sean los tuyos…
La escapada, cada vez es menos romántica, pero los argumentos de la buenahija por los cuales se la tenía que ir a buscar, no están nada mal. Pero ella quiere insiste en comprobar que la obstinada abuela que ha querido quedarse sola, está sana y a salvo en su casa.
Después de otra larga negociación la malamadre le asegura que por la mañana la van a buscar y que podrá ir al balneario. Le jura que la abuela está perfectamente.
La familia “invitante” quedan realmente desconcertados, pero la madre es la madre.
Después de dormir más mal que bien, nuestro amigo GPS, les vuelve a enviar varias veces en dirección contraria de manera que tanto se podía ver Montserrat como estar a punto de entrar en Reus o en Andorra. Toda una experiencia.
Sobre las 12 llegan a recoger a la buenahija que se encontraba en un estado lamentable, ojerosa y como un alma en pena.
Vuelven a la carretera una hora y media más, esta vez solo se equivocan en una rotonda, y empeñados en ver otro monasterio. Comida de menú tranquilo, con la buenahija que después de dormir durante todo el trayecto empezaba a presentar signos de recuperación.
Ahora solo les queda, pedir que monten otra cama, y saber a que edad pueden entrar los niños en el circuito termal, para saber que edad va a tener la buenahija cuando lleguen, porque en las zonas termales no es aconsejable la presencia de menores.
Va a tener 13… Pues 13, sin problemas… Nuestra tarde NO-romántica estaba a punto de dar comienzo.
Al entrar en la zona termal, le ha vuelto el alma al cuerpo de golpe a la buenahija, el color a la cara y se ha reido toda la tarde. Ha cenado como una campeona y ya está con ganas de mañana pronto volver al pueblo del que se ha alejado esta mañana como de la peste para participar en la fiesta de pascua de la familia de origen germano, buscando huevos previamente decorados, astutamente escondidos con el amplio jardín de los amigos.
En este momento está desplomada en la cama de los malospadres, entre los dos, dormida como si nada.
Será imposible que sepan exactamente que le pasó ayer, ni tampoco hace falta, si lo toman como un hecho puntual. Si no ha pasado en 12 años, esperan que no se repita.
Los malospadres contentos de haber ido a buscarla y de compartir una tarde de circuito termal con la criatura. Realmente han pasado un día espléndido al final.
Eso si, cada vez que pasan por el exiguo trozo de jardín con wifi encontramos alguna llamada perdida de la otra buena hija (que tampoco llama nunca desde el fijo y se había equivocado, etc, etc..) y otras pequeñeces que les refuerzan su sentimiento de ser indispensables.
Conclusión: nuestra realidad vital es la que es, y nos persigue. Aprovechemos los momentos en que las cosas se pongan en línea recta, y si no, aceptemos el plan B con el máximo de buena disposición y alegría, que a veces incluso está bien y con la resignación de que algunos vale más que no desconectemos demasiado…
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